Ella miraba desde la ventana de su celda los festejos que protagonizaban sus compañeras de prisión. A distancia escuchaba a los conjuntos musicales convocados por las autoridades del penal de Tepepan para amenizar las tertulias que tuvieron lugar entre finales de diciembre y principios de enero pasados en el lugar.

En la añoranza por la convivencia humana, la excomandanta de la Policía Comunitaria de Olinalá, Guerrero, deseaba estar ahí. Mover un poco el cuerpo. Nutrirse del calor humano, ese que se resiente más a la luz de los festejos navideños y de inicio de un nuevo año.

Nestora Salgado García optó por dirigirse a la máxima autoridad de la cárcel. Solicitarle que le permitiera, al menos por unos minutos, abandonar el piso dos del área médica de Tepepan para ser parte del gozo colectivo que acontecía en la planta baja del penal, a unos cuantos metros de ella. La negativa rotunda, bajo el argumento de que su integridad física podría peligrar, la desanimó. El estrés y la depresión se le enquistaron. La reflexión profunda, su compañera incondicional durante los más de dos años que ha permanecido encarcelada, tocó a su puerta. Nestora le permitió el paso. Mejor con ella que sola.

Si tan sólo fuera culpable de los secuestros que se le imputan, viviría esta experiencia de forma distinta. Si ese fuera el caso, ella aceptaría el costo a sabiendas de que el confinamiento es consecuencia de su mal obrar. Pero no es así, lo que le provoca coraje e impotencia. Ella sabe que no delinquió. Cada segundo de encierro se lo recuerda. Su defensa ha probado ante los tribunales mexicanos que las detenciones que la mujer indígena ejecutó fueron en cumplimiento de su encargo de comandanta de la Policía Comunitaria, órgano de seguridad y justicia ciudadano, y no en un acto lucrativo o delictivo.

Hoy más que nunca, Nestora está cansada y fastidiada de la reclusión, a la que considera una burla del gobierno no sólo hacia su persona, sino, en general, hacia los pueblos que se organizan, hacia las mujeres.

Su caso, asevera, va más allá de una injustica; es la cara de la burla, del descaro. Si no, cuestiona, por qué que la “justicia mexicana” le negó el derecho a la duda o, peor aún, por qué no ha sido notificada oficialmente de las tres órdenes de aprehensión que pesan en su contra.

A la angustia que le generó ser excluida de los festejos, se adhirió el estrés de los preparativos de la huelga de hambre que emprendería el primer día de 2016, acción que decidió posponer hasta que la primera sala penal del Tribunal Superior de Justicia de Guerrero dicte una próxima y definitoria resolución sobre su caso. Entonces, ella empezó a poner a prueba su cuerpo: privarlo de alimento de vez en cuando, lo que le revivió los intensos mareos que experimentó durante la primera huelga de hambre que realizó. En consecuencia, el miedo la invadió. No el miedo a la muerte, sino al malestar del sacrificio.

Nestora es hoy un revoltijo de pensamientos y emociones que se le hacen nudo en el estómago. Así lo manifiesta. Ahora también enfrentada al “juego mental muy fuerte” que le provoca la posibilidad de obtener su tan ansiada libertad en el corto plazo. En principio la sola idea le produce una fuerte alegría, sentimiento que a la vez se ve obligada a reprimir al recordar que el año pasado se especuló, igualmente, sobre su probable liberación, misma que no logró concretarse.

En esta etapa de su reclusión, la mujer de origen indígena se muestra profundamente agradecida con todas las personas y organizaciones que han aportado a su excarcelamiento, que de alguna manera han contribuido con su lucha que, aclara, no es únicamente por ella. “No estoy esperando solamente mi libertad. Mi lucha no es sólo Nestora o la Policía Comunitaria. Mi lucha es en contra de toda injusticia. Es para que no nos acostumbremos a vivir en medio de esta violencia tan horrible por la que atraviesa el país”.

“Si juntos vamos a lograr la libertad, yo tampoco los pienso abandonar”. Este es el mensaje que Nestora envía a todas las personas y organizaciones que le han mostrado su solidaridad, a quienes además les desea un feliz año.

A sus compañeros presos de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias de Guerrero les pide, en tanto, que no pierdan la esperanza ni la fortaleza: “Les pido que se mantengan fuertes pues esta lucha puede que apenas vaya a empezar”.

Nestora se sabe diferente a la mujer que ingresó, dos años y cuatro meses atrás, a prisión. El encierro le reafirmó los ideales pero también le permitió “una reflexión tan grande y profunda de la vida”. Así, por ejemplo, logró comprender la verdadera razón por la cual, a los 20 años de edad, emigró de forma ilegal hacia los Estados Unidos. Entonces sabía que era por necesidad y nada más. Ahora entiende que si el gobierno mexicano diera a los pueblos lo que les corresponde, la migración no sería opción. Ella, antes que cruzar la frontera, hubiera preferido estudiar una carrera, acceder a un buen empleo en el lugar donde nació, cerca de sus raíces.

Hoy, cumplidos los 43 años de edad, la excomandanta está ansiosa por vivir. Vivir sin ataduras. Experimentar la libertad en toda su plenitud.

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