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Ser migrante no es delito: día uno de la Caravana de Madres Centroamericanas

Eliana Gilet / Desinformémonos

El día empieza temprano en el albergue “La 72”. Los cuartos de mujeres y hombres despiertan a las siete, a los adolescentes los dejan dormir otro ratito. Desayuno y a ordenar el lugar y los patios comunes, en donde más de cien migrantes conviven en una armonía envidiable: “somos puros migrantes, todos andamos el mismo camino, entonces tratamos de ser lo más unido que podamos”.

Dicen que cuando uno escucha el tren pasar, avisa y que el grito despierta una corredera de los que están ya decididos a seguir camino. Repuestos, con las ampollas de los pies como una cicatriz, con las otras cicatrices palpitando. El tren pasó el viernes, -pasa un par de veces por semana-, y con él se fueron casi cien.

En esta Casa del Migrante en las afueras de Tenosique, en el estado de Tabasco, se puede ver gente llegando siempre. Se los reconoce por el andar cansino, por la falta casi de pertenencias, por la tenacidad en el paso que se demora.
La jornada del lunes es especial, porque a mediodía llegarán las madres de esos otros migrantes, los que salieron antes y que perdieron contacto.

Cerca de las nueve, puntuales, de lado guatemalteco del paso fronterizo El Ceibo, están ellas, con sus fotos apretadas contra el pecho. “No nos vamos a cansar de buscarlos” dice Gloria, que viene de Honduras.

Los hondureños son mayoría en La 72. ¿Qué es lo que está pasando en Honduras? “Me fui porque las maras y las pandillas están creciendo mucho y los quieren obligar a los jóvenes a meterse en eso. Por eso uno decide emigrar de su país, porque las personas que se meten en bandas, en pandillas, en maras o el sicariato, lo más que duran son 5 años en eso. Los matan rápido. Uno mejor decide emigrar y buscar algo para su futuro”, el que responde tiene 19, sonrisa pícara, la voz grave, “un par de meses” afuera. Atrás, con la cabeza rapada, él, que tiene 16, calca la respuesta: “No me quise unir a ellos y por eso me tuve que ir”. En “la 72” son muchos los que se fueron a la fuerza de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua.

Ella se siente sofocada. Tiene 32, la boca pintada y se mueve coqueta. No quiere contar, no quiere decir que es lo que la hizo dejar a sus hijos, de 11 y 13 años, con su abuela. Pero la violencia que su pareja le puso en la cara la hizo abandonarlo todo de la noche a la mañana, sin aviso, comunicándose con la abuela que pasó a hacerse cargo de los hijos, sin decirle dónde está. Está agradecida pero el no poder moverse la hace sentirse presa, y eso deprime a cualquiera.

La respuesta es casi la misma que dan las madres al borde de la frontera. Sus familiares se fueron por la falta de oportunidades, por no poder sobrevivir con condiciones de trabajo esclavizante, por no conseguir siquiera un trabajo esclavizante.

“Es por estas montañas y por esos pantanos por los que vienen andando los que no traen documentos”, señala Fray Tomás, referente de la 72, a pasos de territorio mexicano. “Ahí atrás hay un cartel que dice Bienvenidos a México, vamos a ver si es cierto”.

Esa línea es clave porque indica dónde la represión ha recrudecido: de México para adentro. “El viaje en mi país y Guatemala no estuvo tan mal, ya a partir de El Ceibo para acá sí”, cuenta el de 19. “Caminando, la mayoría de las personas llega caminando aquí. No se descansa, los 63 kilómetros caminas sin parar, tomando agua si te dan. La cruz roja tiene unos tanques con agua, si uno lleva fruta, come. Supuestamente les están pagando más a los de migración, por eso nos están deportando más, antes ni lo miraban a uno. El transcurso de aquí es bien duro, no lo apoya mucho a uno. Entre Guatemala y México es bien duro, se viene sobreviviendo como se puede, porque los autobuses tampoco te paran”.

A pesar de lo que creen muchos de los que están en la 72, no hay, oficialmente, ningún delito en ayudar a un migrante. “Eso sale de la persecución del gobierno mexicano a los migrantes, la gente entiende que si los persiguen es un delito ayudarlos, y creo que ese es el mensaje final del gobierno mexicano: la criminalización al migrante, que el gobierno lo vea como un criminal”, explica Ruben Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano.

La encargada de darles la bienvenida a las madres por esa organización, gestora de esta convocatoria que realiza su onceava edición y que recorrerá buena parte del sur de México hasta el 18 de diciembre, es Marta Sánchez Soler.
Los dichos de Fray Tomás, son las palabras inaugurales en el mismísima aduana, ante las atentas madres que jamás bajan sus fotografías. Sonríen ante la mirada de quien se pose en ellas. Los que están en el albergue tienen el mismo acto reflejo.

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La primera parada es dolorosa. Es en el punto de las violaciones y robos. En los últimos dos meses, en la Casa del Migrante registraron 20 casos de violación sexual a mujeres y otras 15 que fueron privadas de su libertad.

Otro de los muchachos del albergue lo había referenciado en su relato horas antes: “en mi caso, vengo de Honduras, el problema están más de la frontera de México hacia acá, de ahí vengo caminando, hasta este lugar, desde el mero Ceibón. Por ahí por las cañeras, por el puente, fuimos asaltados. Nos quitaron zapatos, dinero y hasta supuestamente abusaron de una muchacha que venía con nosotros. Nos amarraron de los pies con nuestras fajas. Llegamos hasta este lugar (la 72) pero en mi caso estoy en la nada, no tengo comunicación con familiares, traía mis papeles, números y todos y me los rajaron”. Menudito, de ojos bien verdes, con la piel de la cara pegada a los pómulos, recuerda a sus cuatro hijos que quedaron atrás, razón para que sostenga el tesón a pesar del bajón. “Quiero seguir adelante pero sin dinero es muy difícil seguir adelante, me ha quedado el deseo de irme para atrás, pero ¿cómo te vas para atrás? Es como quedar en la nada”

La bienvenida de la caravana en este que es su primer destino es efusiva y reclama la unión del continente, reclama justicia, atención. Escoltadas por los migrantes que ahora están en la casa, las madres entran a descansar. Los presentes escuchan sus relatos, atentos, respetuosos, abren su corazón a quienes podrían ser sus propias madres. Al final, todo se funde en un aplauso, que también se dedica a las abuelas de Plaza de Mayo, que en esas horas anunciaban haber encontrado a su nieto 119. “Encontrarlo” significa que recuperó su identidad, algo muy similar a lo que se está gestando en las primeras horas del periplo que emprenden estas sencillas y fuertes mujeres, madres y hermanas en su mayoría, que se resisten al olvido. Igual que las de pañuelo blanco.

Mientras se comparte la comida que calienta las panzas de todos los presentes, algunos de los muchachos recién llegados se acercan a las fotos y las miran, porque saben lo que significan. Se concentran en recordar caras que pueden haber visto, conversan bajito con las madres de otros, que son suyas por un rato.

A la tarde, en la Secundaria Federal José María Morelos Pavón, a los jovencitos les cuesta más pero hay uno que entiende, David es su nombre, y agradece que hayan ido a compartir con ellos. Menudita e inteligente, Mirna, de 11 años, escucha atenta que todas esas personas no han aparecido desde que salieron de sus casas más al sur, abre los ojos y dice que ella sí sabe dónde es la 72 y que es ahí a donde llegan caminando.

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Menos receptivos a los ruegos de las madres fueron los locales en el Zócalo del centro de Tenosique. Bajaron del autobús, desplegaron sus mantas y sus fotos en el piso del lugar y rogaron a los presentes algo bien simple: mírenlos y dígannos si alguno lo reconoce. Son las mujeres las que más se acercan. Algunos niños saltan por encima de las hileras de fotos y los caminitos que les dejaron en medio, para que puedan acercarse y mirar bien.

“Los migrantes no son ilegales, son indocumentados. Lo primera que queremos encontrar son pistas para su búsqueda, que puedan apoyarnos en la identificación de algunos de nuestros familiares que están en estas fotos, que en realidad, son pocas, porque la cantidad de desaparecidos es enorme. Lo segundo es pedirle al gobierno que nos ayude en la búsqueda de nuestros familiares, ya es hora de que nos den una respuesta”, dijo una de la madres de la caravana en la plaza de Tenosique, en el estado de Tabasco.

De fondo, las banderas de El Salvador y de Guatemala no se mueven en el sopor cálido de las siete de la tarde. Están colgadas para adornar la fachada de los consulados de ambos países, a las espaldas de las fotos de los centroamericanos desaparecidos que las madres vienen a plantarles en la cara.
“Nos reunimos con el nuevo comandante de la policía federal del estado de Tabasco y nos pidió que confiáramos en la policía. ¿Cómo hacerlo? Si son esos mismos agentes los que bajan a los migrantes de los camiones en tramo de Cárdenas, están coludidos con los criminales. No tenemos miedo de hablar y lo decimos a los cuatro vientos”, alertó Fray Tomás, en la plaza de Tenosique.

“Nos hemos olvidado que somos el país con más migrantes fuera de México, que de la misma manera que nos indigna el accionar de los agente de la Border Patrol en Estados Unidos y la condena a muerte de mexicanos en sus cárceles, tenemos que recobrar la humanidad y la sensibilidad para lo que viven los migrantes centroamericanos. Ellos nos ven como el hermano mayor, pero nos hemos convertido en su verdugo”, agregó, en referencia a la implementación del Plan Frontera Sur que, a pesar de haber sido anunciado como un mecanismo de protección de los derechos humanos de los migrantes, – que a su vez controlara la sangría de personas que está sufriendo Centroamérica – , se ha abocado a una persecución “salvaje e inhumana” de los migrantes que pisan suelo mexicano.

“Personas del equipo de la casa del migrante han sido testigos de cómo agentes de migración golpearon a quienes debían garantizarle los derechos. Ellos mismos, en sus persecuciones, han sido testigos de la muerte de personas y no han hecho nada. ¿En qué se ha convertido nuestra autoridad? ¿Qué es lo que transita por la sangre de esos agentes? Nuestro corazón está lleno de indignación y rabia, porque somos culpables de haber permitido tanto”.

Foto: Eliana Gilet / Entrada a México en el paso fronterizo El Ceibo / Casa del Migrante, La 72, en Tenosique, Tabasco / Visita de la Caravana a la Secundaria Federal José María Morelos Pavón

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