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Pensar de nuevo en la libertad: presos al recibir a la Caravana de madres de migrantes desaparecidos

Movimiento Migrante Mesoamericano

La Caravana de las madres migrantes, a su arribo a la Ciudad de México, llega como primer punto  al penal de Santa Martha Acatitla. Los rostros de las madres reflejan una dolorosa esperanza, la de hallar a sus hijos. El cuarto de revisión para ingresar está pintado de amarillo, hay un portón gris y a pesar de la calidez de los tonos, el ambiente es frío.

Llevan a las madres al gimnasio del penal, donde será el encuentro con los migrantes presos provenientes de Centroamérica, es una cancha de basquetbol con techo de lámina y  piso de duela de madera, los ventanales están sucios, muchos vidrios están rotos. Adentro, sentados y custodiados,  a un costado de la cancha, a contraluz, después del desconcierto inicial, aparece Karina, quien de forma breve, cuenta su historia:  “Karina huyó de su casa al no ser aceptado por su preferencia sexual.  Su padre, comenta golpeó a su madre al hallarlo vestido de mujer cuando aún era un niño, y por añadidura lo golpeó a él. Entonces huyó y el destino lo trajo a México, la conversación se corta. Las indicaciones son que “no se permiten entrevistas”.

Después de unos minutos más de espera, las madres de la caravana migrante centroamericana colocan en el piso de duela, las fotos de aquellos que buscan, platican con los internos, preguntan y piden pistas para tratar de encontrar a sus hijos, los abrazan. Los reclusos centroamericanos,  con quienes se encuentran al interior del penal de Santa Martha Acatitla, padecen la distancia de una tierra propia, eso los hace ajenos a veces, a los demás internos. El salón se ilumina con la luz del atardecer, pero sus rostros con la piel curtida y que por un momento sonríen, expresan una historia de amargura en cada arruga.

Uno de los custodios comenta que el penal tiene alrededor de ocho mil internos, que tan solo en el dormitorio donde le toca su guardia tiene alrededor de 350 de los cuales 4 son sudamericanos.

La criminalización que viven los migrantes en México da pie para que muchos estén recluidos de forma injusta o porque sus casos no son tomados en cuenta,  porque no hay quien reclame por ellos.

Las madres hacen de ellos su sangre, los abrazan, los consuelan y lloran, entrelazan sus manos. Cruzar una frontera es volver a la patria, es un hilo de vida, no sólo por hallar a sus hijos, también para otorgarles la idea casi utópica,  de que puedan obtener su libertad, que puedan ver el cielo de nuevo y caminar libres.

Con los lazos que crea la empatía geográfica, avanza la tarde, la noche comienza a llegar, con ella la partida de las madres migrantes, con muy poca suerte en éste encuentro, sin perder el paso que las hace continuar.

Se estima que entre setecientos y ochocientos migrantes entran a México a través de la frontera sur, la pobreza crónica y la violencia hace que miles sean desplazados cada mes, obligados a transitar, por la ruta de la muerte. Caminan entre montes, duermen en vagones, se refugian en los albergues, muy pocas personas les tienden la mano. Al mismo tiempo, cientos de elementos policiacos pertenecientes al Plan de la Frontera Sur,  que deberían garantizar su integridad, implementan operativos y retenes para cazarlos y deportarlos al sitio de donde huyeron para salvar sus vidas.

Texto y foto de Movimiento Migrante Mesoamericano / Ehecatl Ríos

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