En Movimiento

Raúl Zibechi

Ni refugiados ni migrantes: creadores de mundos otros

En el seminario “El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista” realizado por el EZLN en mayo pasado, el subcomandante insurgente Galeano explicó que en las próximas décadas hasta el 40% de la población del mundo serán trabajadores migrantes, o sea unos tres mil millones de personas aproximadamente, “sin trabajo, sin tierra, sin patria, deambulando de un lado a otro”. Habrá zonas enteras que serán destruidas y despobladas para ser reestructuradas y reconstruidas por el capital.

No todos ni todas cruzarán fronteras. Una gran parte son migrantes internos. “Indígenas y campesinos se están convirtiendo en migrantes sin salir de su tierra de origen”, dijo Galeano en el citado seminario. Todo indica que los muros y los controles, ni siquiera la amenaza de muerte, serán suficientes para detener tantos millones.

Este año se calcula que unos 350 mil refugiados llegaron a Europa. Pero algunos pronósticos estiman que en la próxima oleada serán 3 a 4 millones, o sea diez veces más. Es la consecuencia de las guerras en curso, guerras militares y guerras económico-financieras. A los que se suman los refugiados ambientales.

Puede imaginarse el impacto que tendría en Europa una oleada semejante. Pero debemos pensar, sobre todo, en el impacto que están teniendo estas guerras, “guerras de cuarta generación” según los zapatistas, en aquellas regiones donde los pueblos son el objetivo para apropiarse de los bienes comunes.

¿Migrantes o refugiados? Es un debate importante. La ventaja del término refugiados es que politiza, mientras el de migrante es más neutro. En ambos casos, empero, la nota dominante es que los que se desplazan de un lugar a otro, no aparecen como sujetos de sus vidas sino como víctimas de una situación creada y manejada por otros. Es la imagen que los políticos y los grandes medios quieren dar: seres indefensos, pasivos, que se mueven en contra de su voluntad, que merecen compasión. Por eso la imagen del niño sirio muerto en la playa tuvo tanta resonancia mediática.

La realidad dice lo contrario. Hay tres aspectos que me parece necesario enfatizar.

La primera es que los refugiados/migrantes toman decisiones, son sujetos de sus vidas. Muchas veces son sujetos colectivos, ya que la familia o la comunidad eligen quién o quienes deben desplazarse y cuál es su destino final. En contra de la imagen que se pretende dar, son decisiones largamente preparadas, decididas en consultas amplias de familias numerosas. En suma, son decisiones comunitarias; no son objetos manejados por hilos que no controlan.

La segunda cuestión, es que son decisiones racionales, ni desesperadas ni individuales, por dura que sea la situación que dejan atrás. Hacen un cálculo de conveniencias, de las ventajas y desventajas de la decisión que toman. Siempre quedan familiares, vecinos, amigos, comunidades, con las que seguirán teniendo relaciones y, en la mayoría de los casos, enviarán recursos como forma de mostrar que el compromiso adquirido cuando decidieron la salida, se mantiene en todos sus términos.

La tercera, es que lejos de ser un problema para los países, ciudades o regiones donde llegan, encarnan la posibilidad de iniciar, los que llegan y los que ya estaban, una nueva vida, escribir una historia inédita. El traslado de personas a otras tierras suele ser doblemente enriquecedor: para quienes migran y para las sociedades que los reciben. La historia reciente de América Latina así lo atestigua.

Los millones de quechuas y aymaras que llegaron a Lima, El Alto y La Paz, por ejemplo, reiniciaron su ancestral lucha por la tierra desde otro lugar. Construyeron nuevas ciudades, desbordaron las ciudades coloniales y oligárquicas para crear mundos nuevos, barrios populares como Villa El Salvador en el sur de Lima, la maravilla de El Alto con su historia de insurrecciones y una lucha ejemplar por la dignidad. Aclimataron la cultura andina a la ciudad, enriqueciendo ambas, creando músicas, bailes y carnavales otros.

Las villas de Buenos Aires, donde conviven argentinos del norte, paraguayos, bolivianos y peruanos, son un crisol de culturas, un magma de creaciones colectivas tan fuertes que no pudieron ser desalojadas por la dictadura militar, en la década de 1970, ni por el gobierno neoliberal de la ciudad, en los últimos años.

No pretendo minimizar el dolor de quienes toman la decisión de abandonar la tierra donde nacieron. Sabemos por experiencia directa que son momentos difíciles. Pero también sabemos que son dolores de parto. Miremos a los refugiados/migrantes que apoyan las Candidaturas de Unidad Popular en Catalunya, a los que pusieron en pie iniciativas como el Movimiento por Justicia del Barrio en New York, y tantos otros casos.

Porque son sujetos, debemos encontrar otros modos de nombrarlos. Viajan miles de kilómetros buscando mundos nuevos; crean mundos nuevos en la estela de su recorrido y en los lugares donde se asientan, con otros y otras como ellos. Fortalecen y rejuvenecen las culturas de abajo, condición imprescindible en los procesos emancipatorios.

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