Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

En el nuevo estado policial, ser joven es ser criminal

La juventud de América Latina enfrenta un mundo que busca controlarla y contenerla. Cuando se trata de jóvenes de familias pobres, ya poco se habla de su derecho al desarrollo humano y, al contrario, los gobiernos y una parte importante de la sociedad los ven como amenazas a la seguridad, como delincuentes o maleantes.

La región Mesoamérica es uno de los pocos lugares en el mundo donde existe un “bono demográfico”, que se mide por la gran cantidad de jóvenes. En Guatemala, el 70% de la población tiene menos de 30 años, y en México la cifra es entre 60 y 70%. Desde el punto de vista de la productividad, esta distribución es envidiable. En la visión de los economistas de escritorio, la presencia de jóvenes representa una fuerza laboral capaz de mantener a niños y viejos y sacar adelante el desarrollo del país.

Pero ¿qué pasa en la realidad? En México, más de un millón de personas al año entran al mercado laboral y el déficit de empleos se acumula, sólo medianamente solventado por la enorme expansión del trabajo informal desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Se calcula que el 61% de los jóvenes acaba trabajando en el sector informal. En los países centroamericanos, la situación es peor.

La economía neoliberal es incapaz de generar trabajo digno para estos jóvenes. En lugar de ser un bono, salen sobrando. Marginados, la fuerza de su juventud se vuelve amenazante para el sistema que los excluye. La respuesta es criminalizar y reprimir.

Como resultado, los destinos comunes para ellos se reducen a ser criminal, militar, migrante o muerto. Cualquier de estas alternativas los expone a la violencia que caracteriza nuestras sociedades, de lo cual se culpa a la juventud.

“La base principal de todo este problema de tanta marginación y de que la sociedad nos rechaza es la brecha entre los ricos y los pobres,” dice Luis Ventura, estudiante de Agronomía en la Universidad de San Carlos y dirigente de la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala. “Nos tratan de mantener apartados del proceso político, del gobierno porque así es más fácil de mantener una estructura corrupta y servil a los intereses de los poderosos.”

En los últimos años una serie de leyes y prácticas relacionadas con el uso de sustancias prohibidas, la migración, las pandillas, el “terrorismo” y el crimen organizado han elevado el número de menores de 25 años que están tras las rejas en todos los países de la región.

El papel nefasto de la guerra contra las drogas en la criminalización y violencia contra jóvenes impulsó a Luis a sumarse a la Caravana por la Paz, Vida y Justicia el mes pasado, que viajó por Honduras, El Salvador, Guatemala y México hasta Nueva York para exigir el fin a la guerra.
Amaya Odorika, joven mexicana y también caravanera, explica el impacto de la guerra en jóvenes de su país. “En 2014, sólo 33% de los jóvenes tuvieron acceso a la educación media superior” y hay altos niveles de desempleo y subempleo.

“En este contexto, la situación de movilidad social se ha limitado en formar parte del narco o policía o ejército. Eso pone a los jóvenes en la primera fila de la guerra contra las drogas”. Señala que la primera causa de muerte de jóvenes entre 15 y19, por primera vez desde el inicio de la guerra pasó a ser el homicidio. Destaca que los homicidios de jóvenes se concentran en las zonas de mayor militarización.

Entre 2006 y 2010, 3 mil 664 jóvenes fueron detenidos en operativos federales. De los jóvenes encarcelados por delitos contra la salud, 95% están en los más bajos eslabones de la cadena delictiva, en muchos casos por consumo.

El Salvador, azotado por la violencia de las pandillas, es el país que ejemplifica la criminalización de la juventud. Nuevas leyes clasifican a pandilleros como “terroristas”, y autorizan la detención preventiva de menores y el uso de la fuerza letal contra ellos. Aleida Almendárez, quien trabaja con jóvenes en zonas marginadas como parte de Comunidades de Fe Organizadas en Acción, explicó en una presentación de la Caravana al Congreso de los Estados Unidos: “La ley de drogas es demasiado represiva. Es prácticamente una ley que salió para los sectores de jóvenes más pobres, criminaliza a la juventud y todos los pecados caen en los jóvenes, teniendo políticos que son corruptos, teniendo militares que son corruptos…”

Relata que en El Salvador hay prisiones que sobrepasan hasta tres veces la capacidad en el número de reos. Como parte de la política de lo que ella llama “el exterminio de los pandilleros”, el estado está construyendo más cáceles, mientras la tasa de homicidios ha subido a 24 al día en el pequeño país, entre los más altos del mundo.
En toda la región el sistema penitenciario está a punto de explotar —y lo hace de vez en cuando—por la presión de la juventud tras las rejas, en muchos casos sin sentencia.

Miles de voces jóvenes han marchado y gritado en las calles de estos países —“¿Por qué, por qué, por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?”

¿Qué respuesta tiene la juventud frente a esta ofensiva? Organizarse. La Caravana se reunió con un grupo de unos 80 hip-hoperos en la universidad de San Carlos. Nixon Figueroa, garífuna de la costa del Atlántico de Honduras tomó el micrófono para cantar lo que muchos sienten. “¿Qué es lo que pasa con nuestra humanidad? …Es una triste realidad, ni dentro de tu casa hay seguridad. Si caminas por el pasillo vas y te matan por quitarte los 10 pesos que en la bolsa guardas. Oohhh, no puedo más vivir esta situación. Tanta pobreza, tanta falta de amor que se vive en el mundo de hoy…”

Los jóvenes garífunas que subieron a la Caravana están organizados en la Organización Fraternal Negra de Honduras (OFRANEH), en defensa de sus tierras y su cultura. Los grupos de jóvenes guatemaltecos están presentándose culturalmente para romper el esquema de confrontación-represión. Algunos desarrollan sus propias fuentes de empleo, como talleres de serigrafía entre jóvenes marginadas de la ciudad. Odorika señala que en México se están organizando colectivos de jóvenes por el cambio en la política de drogas que reivindican su condición como sujetos de derechos.

Ventura narra que el papel de la juventud en las movilizaciones contra la corrupción del año pasado les dio fuerza y reconocimiento. “Después de la lucha, tuvimos la capacidad de organizarnos y ahora tenemos un grado más de respeto y nos toman en cuenta en la universidad”, dice. “Como joven, la única forma que tenemos de hacerle frente a esta situación es básicamente con la organización y la creatividad.”

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