El filósofo del gusano naranja

Fran Richart

– ¿Cómo te llamas?

– Eso no. ¿Por qué cuál es el nombre más poderoso?

– ¿Cuál?

– Anónimo. Imagínate todo lo que se le atribuye a anónimo.

Entre vagones de metro, plafones grises y miradas inyectadas de sangre post jornada laboral, aparece él con un libro de la filóloga británica Ruth Padel y un CD en la mano con el documental Visión de los vencidos. Son las siete y media de la tarde y está en la línea verde del metro del Distrito Federal dirección Universidad. No se encuentra atascado, todos andan sentados y apenas un puñado se apoyan sobre las compuertas. Mejor. Así puede moverse con la parsimonia reposada de un voceador propio de estos tiempos, que en poco menos de un minuto, avienta un panegírico social sobre la educación y el conocimiento.

Empieza a hablar en alto, armado con su libro, alzando la mano con el documental y un pequeño bolso cruza su camisa azul. Explica la obra del historiador Miguel León-Portilla que narra la conquista desde el ángulo de los indígenas. Miradas ladeadas, otras que ni se inmutan acompañadas de audífonos blancos, y alguno que otro que presta atención a este académico en sus treinta quiúboles.

“Estamos varios compañeros haciéndolo porque la única alternativa es el conocimiento. Si no somos capaces de explicar porque el país esta de la chingadita, jamás lo vamos a solucionar. Cuando uno no conoce las cosas, lo hacen estúpido, le ven la cara de güey”.

Anónimo explica que esta vez trae la obra maestra de León-Portilla para vender con una reflexión ad hoc “de cómo las reformas y políticas agrarias han madreado a los indígenas”, dice. Por unos 20 pesos. Aunque admite con una sonrisa que lo da por cinco pesos o hasta los regala. El objetivo no es el dinero. Es transmitir cultura, educación, algo que quede.

Nuestro nadie tiene una idea muy clara y nada engorrosa del porqué se dedica a esto desde hace tres años. “Me obliga mi ética, por eso estoy aquí. Sino haces algo por lo que padecemos somos parte del problema por omisión. Siempre hay que hacer algo”. Relata que su vida académica de estudiar en el cubículo y de leer y escribir solo en casa lo ha dejado aislado. Aunque eso no es impedimento para que cuando tiene un rato libre lo dedique a la militancia cultural y divulgativa.

Rapado y con mirada penetrante se declara fiel creyente de la educación y el pensamiento.

“La gente no quiere pensar en los problemas, la gente quiere comprar la respuesta a los problemas. Ayotzinapa, ese es el resultado de otro problema más importante: no podemos definir que es lo humano. Si no podemos definir que es lo humano, cualquier sistema político va a ser terrible. Y por eso mi interés personal como académico a esa pregunta.”

Alegato ético entre la línea amarilla de la vida de pasajeros y un cartel que pone Viveros/Derechos Humanos, nombre de la estación. A todo eso, mientras pasa el gusano naranja cargado de pasajeros, acepta que en su labor como profesor “no soy buena onda”.

“Nietzsche le decía a sus mejores amigos: ¡Que te vaya mal! Porque cuando te va mal eres capaz de sacar la cara y esforzarte y que te vaya bien. Cuando a uno le va bien, no se esfuerza por nada. Les reto a mis alumnos para dar su máximo esfuerzo, les llevo al límite. Soy una persona que me gusta meter el pie para que salgan adelante”.

Con los dedos índices y medio en la barbilla explica que cuando le ve uno de sus estudiantes le miran raro. “Pero eso no importa”, asiente el fiel creyente, que podría ser como aquel niño que lanza las conchas entre cientos en la orilla de una playa, y aunque entiende que no puede salvarlas a todas, para las aventadas, será diferente.

A lo mejor algún día su acción vocera le hará ser presa de los operativos intermitentes contra vagoneros y vendedores ambulantes en el metro de la Ciudad de México. Pero a modo de revertir el tópico: “Alguien tiene que hacer este trabajo”.

Recomienda leer fervientemente La Jaula de la Melancolía de Roger Bartra.

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