Si Hungría pierde la libertad también Europa pierde la libertad

Ricardo Bottazzo Traducción: Fabrizio Lorusso

Budapest, Hungría. Es plena noche en Budapest. Y todas las premisas están aquí: los escándalos y el desgobierno que arrastraron al partido socialista en el poder desde hace dos legislaturas, la crisis que golpeó sobre todo las categorías más débiles, el reforzamiento de los partidos de derecha y de formaciones declaradamente nazistas y xenófobas. Nadie se asombró cuando el 11 de abril del 2010 el partido conservador Fidesz ganó las elecciones y su líder Viktor Orbán volvió a ganar el escaño de Primer Ministro, un cargo que ya había tenido entre 1998 y 2002. Más bien, lo que sorprendió hasta a los más atentos analistas políticos fue la avalancha de consensos para las derechas que se dieron en las urnas: el Fidezs obtuvo el 53 por ciento de los votos que le permitieron no sólo gobernar sino buscar mediaciones con partidos más moderados como había acontecido en el pasado, sino también tener los números para cambiar la Constitución.

El primer paso fue el cambio del nombre del Estado, que de «República Húngara» fue modificado por uno más nacionalista: «Hungría». Para Orbán, evidentemente el término «Hungría», que se deletrea de pie y con la mano sobre el corazón, es más que suficiente. Cosas como «democracia» o «república» son adjetivos de importancia secundaria con respecto al orgullo nacionalista. Orgullo que hace que cualquier manifestación de protesta sea etiquetada, y por consiguiente duramente reprimida, como antipatriótica. Tampoco la oposición bromea en el Congreso de Budapest. Si dejamos a lado el 7.5 por ciento obtenido por los Verdes, los únicos que intentan defender lo que queda de los derechos civiles – una resistencia desesperada que pagan diariamente con detenciones, golpes y persecuciones – hay que registrar el éxito conseguido por el partido Jonbbik (que subió del 2 por ciento en 2006 al 16.7 por ciento en las últimas elecciones) que no esconde sino que magnifica su inspiración a la ideología nazista. Es tan cierto que su líder, Gabor Vona de 31 años de edad, recientemente propuso una ley dirigida a registrar a todos los ciudadanos de origen judío. Una medida justificada, naturalmente, con la finalidad de garantizar «su seguridad». Discursos ya escuchados y que dan escalofríos en la espalda. Imposible no pensar en cuando Primo Levi escribía: «Inútil creer en ello, pasó, y volverá a pasar». Los neonazis de Jobbik, en efecto, tienen la función de sostener desde fuera el gobierno de Viktor Orbán, empujándolo cada vez más a la derecha. Los efectos ya se pueden ver. Todos los periódicos de la oposición y también los que simplemente rechazaron tener un papel de meros repetidores de comunicados del régimen cerraron actividades. El histórico Nepszava publicó su última edición insertando una sola frase traducida en las 23 lenguas europeas: «la libertad de prensa en Hungría se acabó». Una desesperada petición de ayuda a la comunidad internacional que fue deliberadamente ignorada.

El aire que sopla en la que hasta hace poco tiempo era la República Húngara nos lo explicaron claramente los músicos de jazz del espléndido Szoke Szabolc Quartet, que hacen giras en Europa para dar a conocer tanto su música como la situación húngara. Una situación que encuentra muy pocos espacios en nuestros medios, tradicionalmente poco atentos a los que sucede más allá de los Alpes, incluso en países como Hungría que está a menos de tres horas de la frontera italiana.

«Y es una vergüenza porque las formaciones de extrema derecha mantienen contactos muy estrechos entre sí”, explica en el taller Morion, de Venecia, el domingo 20 de enero, Gabor Juhàsz, guitarrista de la banda. “Sabemos que hace poco de tiempo varios autobuses llenos de nazistas húngaros llegaron justo a su región para participar en un concierto organizado por el Frente Skinhead. La cosa que más me sorprende es que todo fue realizado a la luz del día. La policía se conformó con controlar que los medios estuviesen estacionados en los lugares asignados, mientras que desde la tarima se lanzaban himnos a la violencia, al odio racial y a Hitler. ¿Pero su Constitución no prohíbe acaso la propaganda de la ideología fascista?», cuestionó el músico al auditorio italiano.

Juhasz, entrevistado por Vilma Mazza de Globalproject, contó acerca de las persecuciones a las que son sometidos los músicos y, más en general, los escritores y los artistas y todas las personas que hacen cultura en Hungría. «Museos, fundaciones, teatros fueron cerrados o asignados a siervos del régimen que los usan sólo para fines propagandísticos. La música, sin embargo, no tiene confines y un artista ama siempre la libertad porque sabe que sin libertad no se puede ni tocar ni producir cultura. Nosotros, además, somos músicos de jazz que es una forma musical mestiza y transnacional por su propia naturaleza. Éste es el motivo por el cual debemos tocar en el exterior. Al régimen le gustan más los himnos nacionales y detesta una música como la nuestra, que básicamente quiere decir libertad e interculturalidad».

No sólo es la cultura la que sufre la degeneración fascista en Hungría. Con la nueva Constitución, el poder judiciario fue puesto bajo el control directo del Ejecutivo, en menosprecio de esa división de los poderes que está en los cimientos de las repúblicas modernas (no es una casualidad, entonces, que, como dijimos, el gobierno renunció a la palabra «república» frente a «Hungría»). La persecución racial afectó sobre todo a los rom (gitanos) que fueron todos registrados como pertenecientes a una etnia «no húngara» y que para trabajar tienen como única alternativa la de entrar a un programa de «trabajos socialmente útiles». Por un salario de hambre, son desplazados y concentrados en campos de trabajo bajo la vigilancia de policías armados. La diferencia con un campo de concentración nazista no es tanta, finalmente. Por ahora. Otro punto fuerte del programa electoral de Orbán era hacer publicidad a los bancos bajo el eslogan de que el dinero de los húngaros es de los húngaros. Como imaginarán, se trataba sólo de un patético intento de corte populista.

Hacer tontos a los bancos no es tan fácil como poner en un gueto a los rom o registrar a los judíos. Bastó una pestañeada del Banco Mundial para abortar todo el proyecto ignominiosamente. También en Hungría, como en Italia y en el resto del mundo, se podrán igualmente golpear los derechos de los trabajadores, pero cuidado con tocar el capital. Ésta es una elección que obtuvo el favor inmediato del gobierno chino. El secretario de industria de Beijing, el «camarada» Miao Wei, recientemente declaró que su país invertirá fuertes sumas de dinero en el «desarrollo económico» de Hungría, ya que, afirmo textualmente, en este país, único en Europa, la mano de obra cuesta poco y los trabajadores – ¡Qué buenos son! – no exigen casi derechos. ¡Viva el comunismo y la libertad!

Esto es lo que pasa en Hungría. Un país que, como para Bosnia, se encuentra a dos pasos de Italia, pero en la opinión común construida por nuestro mass media, parece ubicado en otro y lejano continente. Empero no debería ser difícil darse cuenta de que en este mundo globalizado lo que acontece detrás de la puerta de nuestra casa es como si pasara en nuestra misma casa. Y no sólo por una imprescindible cuestión de justicia universal que, como nos dijo un hombre llamado Ernesto Che Guevara, debería empujarnos a sentir cualquier prepotencia ejercida en cualquier lado del mundo como si hubiera sido hecho en contra de nosotros. El problema es también que cada ataque a los derechos fundamentales que se dé en cualquier país del mundo se traslada, tarde o temprano, a un ataque parecido contra nuestros propios derechos fundamentales. No podemos ilusionarnos más con que se puede vivir libres en un mundo de esclavos. «Si Hungría pierde la libertad – concluye Vilma Mazza – también Europa pierde la libertad”.

 Publicado el 28 de enero de 2013

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