Aquí están y son un chingo

Gloria Muñoz Ramírez Fotografía: Tim Russo

San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Hay que imaginar a cerca de 50 mil personas en absoluto silencio en cinco municipios diferentes, a 2 o 5 horas de distancia entre ellos. Ni una palabra, casi ni un saludo. Sólo el puño alto, en señal de fortaleza, combatividad y cohesión. Calles desbordadas de rostros cubiertos y sin palabras. La primera demostración de fuerza, la más grande de toda su historia, a unos días de cumplirse 19 años después de su primera aparición pública y a 30 de su acto fundacional. ¿Qué se necesita para desplegar un dispositivo de esa naturaleza, sin más recursos que los que la organización comunitaria brinda, sin los dispendios de los partidos políticos y de los que sólo se movilizan con dineros del gobierno?

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional se plantó nuevamente. No tan sorpresivamente como la primera madrugada de 1994, pues estaba anunciada la reaparición de su palabra, pero nadie sabía que sería en silencio y con mayor fortaleza, sin duda, que hace casi dos décadas, pues en ese entonces nadie de afuera imaginaba siquiera su existencia, y aunque  el Estado tenía elementos suficientes para prever el ataque, prefirió esperar para que no se le aguara su fiesta primermundista. Esos días de enero de 1994, de inmediato el gobierno puso en marcha su dispositivo militar, pero ya había sido sorprendido, igual que todo el mundo. Igual que 19 años después, pero sin armas.

Con el ejército federal desplegado en todo el territorio con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico, siendo Chiapas aún el estado más militarizado de todo el país, los zapatistas retoman las calles y ondean a todo lo que dan sus dos banderas, las que siempre han mostrado, las del EZLN y la bandera de México. Las que cargaron en 1994, las que caminaron con ellos estos años, las que siempre cargan. El derecho a caminar el país con su rebeldía, con un ejército armado que los respalda, se lo ganaron desde los primeros 12 días de combates. Nadie se los puede negar.

Cinco presidentes de la República han ignorado sus demandas. Todos los han querido aniquilar, a balazos o con dispendiosos programas contrainsurgentes. Cientos de infamias se tejen a su alrededor. En el último año los rumores de muerte y enfermedad se tendieron sobre su vocero y jefe militar, el subcomandante Marcos que, a como se ve, está vivito y coleando, igual que decenas de miles de indígenas de la organización, que representan su columna vertebral, como nuevamente lo mostraron.

El silencio de la marcha y el breve comunicado posterior no hicieron más que abrir la expectativa. Qué sigue. Cuándo viene lo qué sigue. No sólo los de abajo se lo preguntan, también Enrique Peña Nieto debería estar inquieto, y los poderes multicolores y multifacéticos, pues es claro que, aunque no los nombren, y crean que por eso no existen, la demostración de este 21 de diciembre es apenas el inicio. Ahí están y son un chingo. Son rebeldes. Nadie los ha comprado. No están divididos. Su vocero lo sigue siendo. Y ahí vienen.

A Carlos Salinas de Gortari lo sorprendieron en 1994, en plena cena no sólo de fin de año, sino de fin de sexenio y, para los de arriba, del inicio de una nueva era, una que no los contemplaba. Una declaración de guerra y la toma militar de siete cabeceras por un ejército indígena, fue su despedida.

A Ernesto Zedillo lo recibieron con un emblemático mensaje: “Bienvenido a la pesadilla”, seguido de una postura que mantienen vigente: “Ustedes deben desaparecer, no sólo por representar una relación histórica, no sólo por representar una aberración histórica, una negación humana y una crueldad cínica; deben desaparecer también porque representan un insulto a la inteligencia. Ustedes nos hicieron posibles, nos hicieron crecer. Somos su otro, su contrario siamés. Para desaparecernos, deben desaparecer ustedes”. La iniciativa que los acompañó al inicio del sexenio fue la Tercera Declaración de la Selva Lacandona, en la que se propuso la conformación de una Movimiento de Liberación Nacional.

El tercer sexenio que cruzaron los zapatistas fue el encabezado por Vicente Fox Quezada, del Partido Acción Nacional (PAN), quien rompió con más de 70 años de hegemonía priista. A Fox le dejaron claro el primer día de su gobierno: “No debe tener duda. Nosotros somos sus contrarios”. Y con este mensaje arrancó una de las movilizaciones más emblemáticas del zapatismo: La marcha del color de la tierra.

La relección del PAN en el gobierno federal, con Felipe Calderón Hinojosa al frente, fue la siguiente vez que el EZLN trascendió un cambio de gobierno. El inicio de su periodo gubernamental fue también la puesta en marcha de La Otra Campaña, iniciativa con la que, anunciaron el primer día del 2006: «Vamos a empezar a caminar para cumplir nuestra promesa de la Sexta declaración de la selva Lacandona. A mí me toca salir primero –dijo el subcomandante Marcos– para ver cómo es el camino que vamos a andar y si hay peligros, y aprender a reconocer el rostro y la palabra del que es compañero y compañera. Para unir nuestra lucha zapatista con la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad en nuestro país, que se llama México.»

Hoy, cinco sexenios después, con una importante construcción de la autonomía de sus pueblos, y luego de muchos encuentros y desencuentros, con no pocos dolores, el mensaje inicial para el regreso del priismo y, sobre todo y como siempre, para un pueblo que los espera y que es su único interlocutor, es un inapelable “Aquí estamos”.

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