La huelga europea de los ciudadanos “sin futuro”

GMDP Traducción: Daniele Fini

Italia. Mujeres, obreros, estudiantes, precarios y migrantes tomaron la cita a huelga general convocada por los sindicatos europeos y la convirtieron en un nuevo ejercicio de poder transnacional desde abajo.

¿Que nos deja el extraordinario día europeo de huelga general del 14 de noviembre? Hay por lo menos tres cuestiones igualmente centrales, pero tiene sentido hacernos esa pregunta después que hemos compartido el carácter de excepcionalidad del día que hemos construido.

Mañana no caerán los gobiernos italiano, español y griego, pero seguramente hemos dado un importante paso común hacia adelante en la lucha, con marchas e iniciativas en 87 cabeceras provinciales italianas, con todas las regiones españolas atravesadas por la huelga (allí el sindicato tradicional expresa formas de lucha bien diferentes, como nos muestran las iniciativas en Valencia, Barcelona, Madrid), con la participación en Portugal y las manifestaciones en Grecia (allí hay un régimen de huelga permanente y difundido desde hace meses) y -asunto políticamente importante- con miles de alemanes de movimientos sociales marchando en Berlín y realizando una iniciativa en Frankfurt.

Operamos un uso social y extendido de la huelga convocada por la Confederación Europea de Sindicatos, retomándola (“toma la huelga” era la consigna adoptada por muchos en esos días), extendiéndola y radicalizándola.

Indigna el sentimiento de pánico de la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo), que expresa en un comunicado formal su solidaridad con los pelotones de criminales en uniforme que golpearon, atacaron y detuvieron a jóvenes activistas. Los medios oficiales no han podido ocultar ni descontextualizar las imágenes de los jóvenes golpeados después de ser detenidos, o en contextos donde el uso de la fuerza llegó a la brutalidad criminal.

Demandamos la inmediata e incondicional liberación de todos los detenidos y actuaremos con la máxima solidaridad hacia ellos. Reclamamos el fin de la impunidad de los llamados “operadores de seguridad pública” y el inicio de un proceso hacia la caída de Cancellieri, ministro del interior.

Hablemos ahora de la acumulación de experiencia que nos llevamos a casa después de la huelga europea del 14N y a la que, según mi opinión, debemos cuidar como bien común de un movimiento transnacional, sin debilitarlo con filtros ideológicos.

La primera nota es la capacidad de los movimientos sociales de coordinarse a nivel europeo, sin anacrónicas imitaciones de “coordinadoras” o, peor aún, de “internacionales”.

La segunda nota es que estamos construyendo un lenguaje común de lucha y un embrionario ejercicio de poder constituyente como forma de nueva ciudadanía europea, cuyos atributos son el ser insurgente, múltiple, no representable y líquida.

La tercera nota es que emerge una subjetividad juvenil que puede ser el combustible de las luchas europeas. Me refiero a las generaciones “sin futuro” que son excluidas de las instituciones del bienestar, que sufren la conversión progresiva de los derechos en servicios monetizados y ofrecidos en el mercado como débitos. Estas generaciones son, muchas de las veces, escolarizadas, digitalizadas y sometidas en la diferencia que hay entre sus expectativas y la concreción material del futuro.

La gran participación de los estudiantes de nivel medio es un elemento común a todas las marchas en Italia; en otros lados hay composiciones diferentes. No somos solamente estudiantes; hay una compleja estratificación de clases que no se puede explicar solamente como fuerza de trabajo en formación, sino que hay que observarla, investigarla y entenderla a partir de su capacidad de ser parte de un todo llamado multitud europea. Si tomamos este punto de vista, entenderemos por qué hoy la huelga ha sido europea, migrante, obrera, precaria, mujer y estudiante.

Seguimos adelante. Detrás de nosotros dejamos sólo la pobreza -la actual y la prometida- de la austeridad. El 14N ha sido el debut; tenemos que continuar y ampliar la participación y la construcción de elementos de un programa político que hay que compartir en los territorios, en las coaliciones subjetivas –las actuales o las que vengan- y en las fechas europeas de convergencia, como el 23 marzo (día propuesto por las redes de movimientos sociales europeos para una marcha europea en Bruselas, durante la sesión de primavera del Consejo Europeo).

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