Pensamientos sobre política y el Río Yaqui

Enriqueta Lerma Rodríguez

El despojo de los recursos naturales y de los espacios sagrados que actualmente padecen los grupos indígenas en México nos conduce a la necesidad de cuestionarnos no sólo acerca de la injusticia contra estos sectores, sino también sobre la hegemonía del pensamiento occidental y capitalista en la conceptualización de la realidad. Con esto hago referencia a que los elementos del espacio (cerros, ríos, bosques, poblados, etcétera) son apropiados por la clase económica dominante desde el momento en que son clasificados y nombrados de acuerdo con los intereses capitalistas. De este modo, la lógica del mercado asigna significaciones y usos instrumentales a cada espacio buscando explotar su mayor ganancia.

En México, en el mejor de los panoramas se designa como Pueblos Mágicos a los asentamientos tradicionales en derredor de los cuales se puede construir una infraestructura acorde con las necesidades de los turistas, o como patrimonio cultural tangible a muchísimas zonas arqueológicas que quedan a resguardo y explotación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); en el peor de los casos, la lógica instrumental decide que un cerro sagrado es una potencial mina de oro y un río sagrado el brazo más aprovechable para una gran obra hidrográfica. Sin embargo, en el debate por las clasificaciones destaca la ausencia de la voz de las comunidades, que son quienes desde tiempos ancestrales han simbolizado, nombrado e institucionalizado, desde sus culturas, los espacios.

Considero que es necesario revertir esta situación: un arma importante para los pueblos indígenas es utilizar la propia visión de mundo como argumento político en contra de la visión global del capitalismo. Es decir, ingresar al campo político debatiendo en el plano de las propias ideas, señalando la ética, la moral, los valores del pensamiento en las culturas indígenas, no sólo con los clásicos y desgastados argumentos que hablan de una lucha por justicia dentro de la lógica del mundo occidental. La lucha de los pueblos indígenas no es sólo contra proyectos económicos sino, y principalmente, contra una racionalidad instrumental capitalista (que clasifica los elementos del mundo con fines cosificados y explotables) al servicio del poder hegemónico y para la obtención de ganancias económicas. Esta racionalidad omite los saberes culturales, como si los pueblos originarios no hubiesen construido una conceptualización del universo, no contaran con un mundo interpretado ni con una realidad propia en la que cada elemento tiene un lugar y significado puntual en cada sistema social.

Es nuestra tarea, dentro de la innovación en las estrategias de lucha, no seguir en la demanda de ingresar en un plano de igualdad al mundo globalizado, sino por el contrario, ingresar de manera diferenciada (puesto que los pueblos indígenas hablan de mundos y realidades distintas). Hablar de vivir en un mundo distinto implica exigir el respeto por esas otras conceptualizaciones de la realidad que requieren de una diferenciación con asimetría positiva, es decir, mostrando las distinciones para exigir derechos que sean ventajosos con respecto a las mayorías nacionales, pues se entiende que los indígenas requieren mayores oportunidades dado el grado de marginación que se las ha impuesto.

Algo por asentar y debatir es que la fuerza con que se impone el pensamiento capitalista es tal que los pueblos indígenas retraen los argumentos de su realidad al momento de enfrentarse políticamente por los elementos del espacio; por lo mismo, al momento de luchar contra el poder hegemónico retoman los argumentos del enemigo. Como bien señalara James C. Scott en Los dominados y el arte de la resistencia, los subalternos mantienen un discurso oculto en el que debaten internamente su punto de vista; pocas veces muestran sus verdaderas opiniones en las negociaciones con externos, ya que se trata de un saber que se reserva el grupo. Sin embargo, desde mi perspectiva, la cosmovisión debería ser el principal argumento que debería aflorar en el contexto de lucha en el campo político.

Para ejemplificar lo arriba dicho puede recurrirse a dos ejemplos antagónicos: la lucha de los yaquis por el “agua” y la de los huicholes por Wirikuta. En el segundo caso, la cosmovisión juega un papel importante en el campo de la lucha por la denominación y apropiación de los espacios. El hecho de que Wirikuta sea defendido como un espacio sagrado ha despertado simpatía y apoyos de sectores que, aunque menos politizados, son más sensibles al discurso cultural de los pueblos, pues desde esta perspectiva no sólo se defiende una posición de poder político y de apropiación territorial sino, sobre todo, el derecho a la diferencia y el respeto por la diversidad cultural. Los yaquis, en cambio, no han recurrido a su cosmovisión para exponer la importancia ancestral que conlleva el resguardo del Río Yaqui para su pueblo. Considero que conocer lo significativo que para los yaquis es el río puede reforzar la argumentación que ofrecen para defenderlo.

El significado del Río Yaqui para los yoeme

Cuentan los yaquis que cuando el mundo era habitado por los primeros seres, los surem (seres de peludos de baja estatura), éstos poseían un río que podían llevarles al hombro a cualquier parte que desearan. Pero un día Yo’ommummuli, una joven mujer, descifró lo que decía una vara parlante: llegarían unos hombres de tierras lejanas y convertirían a los surem al cristianismo. Algunos surem aceptaron la conversión y se transformaron en los actuales yaquis, otros no quisieron y se convirtieron en los animales del monte. Yo’ommummuli se molestó cuando vio las diferentes posiciones y se marchó hacia el este con el río al hombro. El río desde entonces no está en un solo lugar, constantemente cambia de rumbo, a veces crece y se desborda, otras permanece en paz.

Pero el río Yaqui no sólo tiene una significación mítica: históricamente representa el eje de ordenamiento territorial tradicional. Por siglos, sus Ocho Pueblos ancestrales: Belem, Huirivis, Rahum, Potam, Vícam, Tórim, Bacum y Cócorit, se han asentado en su margen, cambiando el lugar según su creciente y desviación. El tipo de asentamiento yaqui, organizado en rancherías, no respondió a una lógica con base en terrenos delimitados, sino a un orden distribuido a lo largo del río. Por otro lado, a nivel del sistema ritual, el río ha significado la unidad de los pueblos, lo cual se representa en el bautismo que los danzantes de pascola celebran el día de la Fiesta de San Juan (del 22 al 26 de junio). Durante la madrugada, los pascolas bautizan en lo que queda del río a los asistentes de los todos los pueblos, en un ritual colectivo en el que bendicen a todos los habitantes de los cuatro puntos cardinales y a quienes murieron en la sierra, en el monte o en el mar.

Como se observa en esta breve descripción, para los yaquis el Río no es sólo un recurso natural que les pertenece sino, sobre todo, un componente rector de su cosmovisión, de su ordenamiento espacial y de conexión con sus ancestros surem. Por otro lado, el Río Yaqui representa la posibilidad de abrir nuevos campos de cultivo y promover una mayor producción agrícola e intensificar la subsistencia alimentaria.  Este último argumento es el que más han difundido los yaquis en la defensa del río, sin embargo, no necesariamente es el más importante. Por supuesto, también en términos de su uso instrumental es que los poderes hegemónicos argumentan la necesidad de usar el agua para el abastecimiento de la población capitalina de Sonora. Justamente porque la significación yaqui del Río no es la misma que la del resto de los sonorenses es que es trascendente conocer su importancia a nivel de la cosmovisión yoeme.

Como señalara Boaventura de Souza: lo que se requiere es no sólo justicia social, también justicia histórica. Yo agregaría que, en el caso de los pueblos originarios, es necesaria además una justicia cultural y un reconocimiento de las múltiples realidades y de los múltiples mundos.

 

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