Los motivos de los puercos

A.A.G.

Ciudad de México. Con los pantalones grises y la trusa blanca sostenidos un poco más debajo de las rodillas, Francisco Morales –alias El Cerebro– se las arregla para leer el libro que sostiene con la diestra mientras con la siniestra sujeta un micrófono, todo él de perfil a la audiencia para que pueda apreciarse con detalle la felación que la mujer le practica encima del entarimado, sin perder la concentración.

Cerebro comparte con esos ojos morbosos que como huevos se adivinan en la penumbra el cuento que publicó en el libro Los Viejos Puercos. Pero Cerebro se concentra tanto en leer que su falo apenas se endereza lo suficiente para ser visto desde la séptima fila de butacas.

-¡Que se pare, que se le pare! –exige aquel monstruo sin rostro pero con decenas de ojos hambrientos de morbo, que mejor se concentran en la película tres equis que se proyecta detrás del Cerebro, en la pantalla que como gigantesca mantarraya amenaza con envolvernos enteros.

Resollar en el chiquero cultural

Hace dos años Juan Beat, otro curioso personaje de ese underground que de vez en cuando abre sus coladores de par en par para liberar a las ratas intelectuales, apareció por casualidad en el cine Nacional, ubicado sobre Fray Servando y al que para llegar desde el metro Pino Suárez primero se atraviesa, sin caer en la tentación entrar en ninguna, una cuadra aparentemente infinita sembrada de pulgosas cervecerías habitadas por surrealistas travestís, lúmpenes inclonables y demás riqueza de seres fantásticos que dejan corta la descripción de la Tierra Media labrada por el maestro Tolkien.

“El Iron Mike fue quien me invitó, Había bandas de metal que tocaban mientras se proyectaba la porno en el Nacional.  Camaleón era amigo de algunas de esas bandas y llegó a ver qué pedo, así se gestó todo”, me cuenta Beat con su acostumbrado vaso de Scotch en la mano.

Tan sencillo como permitir que la casualidad actúe. Dios nos hizo puercos y solitos encontramos el chiquero cultural para felices resollar.

El porno nuestro dánoslo hoy

Iron Mike y Armando ‘Larry Flint’ son dos entusiastas promotores culturales que convirtieron el reducto cinematográfico, en complicidad con Beat y Camaleón, en un bunker de la lascivia y las letras alternativas en el que, durante más de dos años, se han dado cita los más aferrados y hedonistas poetas del subterráneo para leer su literatura delante de un micrófono y una pantalla. En ella, eran proyectadas todo tipo de películas porno que hubieran hecho salivar a los mismísimos Sade, Apollinaire y  Bataille, tres de los santos patronos de los Puercos.

Echemos un repaso al personal artístico más recurrente, pornovívoros todos: Carlos Camaleón (autor, entre otros muchos, de la novela Perras de reserva y director de la editorial marginal independiente El Under Ediciones); Omar Ortiz ‘Agathokles’ responsable, igual entre muchos, del poemario Memoria de mis musas tristes y director del proyecto cultural editorial Hyperversos; Juan Beat, poeta del subterráneo y destacado bebedor; Iván Farias, autor del libro de cuentos Extraños y otros más; Adrián Gallardo ‘Nada’, actor y cuentista; Carlos de la Rosa ‘Charles de la Rose’, poeta y artista visual; Francisco Morales ‘Cerebro’,  y el que esto vomita encima de un monitor, Arturo Flores ‘Arthur Alan Gore’, periodista-escritor y líder de la banda de performinimalistic poetic metal Luna de Hiel. Claro, la lista es mucho más extensa.

“En un principio las llamamos Lecturas para viejos puercos porque eran dedicadas a quienes venían a ver porno al Nacional, pero luego ellos nos pusieron a nosotros Los Viejos Puercos y fue por eso que bautizamos así al Colectivo Porcino”, recuerda Camaleón entre trago y trago de Victoria. Hasta la victoria y hasta el fondo, siempre.

El Nacional cuenta con una población predominantemente masculina, sobre todo gay, pero las mujeres de los Viejos Puercos de vez en cuando tiñen de dulce los humores de que otra forma serían amargos, igual que el gusto que quedaría en la lengua después de recorrer con ella un césped de sobacos.

De esta forma, algunas constantes hijas de la oscuridad y buenas bebedoras como Aydé Bravo ‘Toxic Girl’ (esposa de Camaleón, escritora, diseñadora y DJ), Liliana Ortiz ‘Agatha’ (musa, lienzo humano de body paint, performer y mujer de Agathokles); así como otras agregadas y buenas amigas como María Sánchez ‘Frida con todo mi odio’ y Vanessa Germán ‘Lady Valn’, ambas performers de alto calibraje sensual, lienzos vivientes y la última, bailarina de gothic bellydance.

Primer descenso al infierno

Recuerdo mi primera vez. Me invitó Carlos Camaleón y me dijo que leeríamos nuestros textos en un cine porno al mismo tiempo que se proyectaba una película. En la puerta nos recibió Pepe, el gerente del Nacional, un cincuentón amanerado que tuvo el atino de pasearnos por una de las varias salas que conforman el complejo donde la pornografía adquiere el estatus de una más de las Bellas Artes. Recuerdo las puertas que se abrieron. La oscuridad que me abrazó enterita como si me hubiera tragado completo un perro gigante. Los ojos de la gente que brillaban como huevos; sí, aunque lo dije líneas arriba repito la imagen. La mujer en la pantalla que era penetrada. El olor a sudor en la sala. El silencio lapidario. Y Pepe caminando delante, diciéndonos entre broma y en serio que no nos fuéramos a tropezar con un charco de fluidos. Carlos y yo veníamos del sol de las tres de la tarde y obligados a entrar en las tinieblas poco podían hacer mis ojos por obsequiarme imágenes claras de lo que ahí pasaba.

La insoportable levedad de mear

Subimos unas escaleras y llegamos a la terraza, donde los visitantes asiduos al cine se paseaban como fantasmas sin voz. Se limitaban a observarme con la misma curiosidad que yo a ellos. Podía jurar que nos temíamos entre todos. Y, en medio, como una corte de faunos libertinos, los famosos Viejos Puercos alrededor de una mesa provista de botellas. Carlos y yo tomamos asiento junto a un Agathokles trajeado en casimir, que tenía un rato de haber llegado junto con su esposa, y le aceptamos la cerveza helada que nos extendía. Nos presentó Pepe a todos y se marchó por donde vino. También estaba Juan Beat. A la media hora y tres cervezas, ya era yo amigo de todos y me sentía mucho más relajado hasta que una pequeña molestia en la parte baja del vientre me anunció las inexorables ganas de orinar que acompañan la ingesta del alcohol. ¿Orinar en un baño sembrado de gays? No importa cuándo se haya uno pronunciado públicamente en contra de la homofobia y la discriminación, y enarbole un discurso de aceptación, al final cuando llega la hora de la verdad siempre se sienten pelos ante la sola idea de sacarse el pito en medio de quienes siendo hombres gustan de él para divertirse. Ya después otros Viejos Puercos me confesarían que experimentaron el mismo temor ante la situación de ir a mear en el Cine Nacional. Nada pasó. Si acaso descubrí a una pareja de tipos salir del mismo excusado, con la mirada clavada en el suelo y un gesto de compartida indiferencia. Yo sólo quería salir de ese baño apenas tuviera oportunidad, temeroso de una violación que nunca llegaría. Entonces comprendí cómo se sienten las chicas cuando son desnudadas por las miradas de una piara de cerdos como yo.

“Puta mía, ¿dónde estás?…”

Subimos al escenario. El primero en leer fue Agathokles, el fan número uno de Sabines y Sabina, autodenominado poeta del arrabal que con la potencia de sus pulmones deja en claro que los micrófonos les salen sobrando. Leyó a gritos un fragmento de la oda que a su mujer le escribió, Agatha tragedia, con la porno como santa compañía.

Agatha estallido perpetuo, plaga constante…

Agatha, ¿dónde tus rezos, dónde tu sexo?

Agatha miedo, ¿dónde tus labios?

Agatha liviana, ¿dónde tu tiempo?

Agatha, ¿dónde estás?

Agatha, ¿dónde estás?

puta mía, ¿dónde estás?

Juan Beat recitó, al tiempo que la peli porno a espaldas de nosotros y delante del público servía como cómplice de quienes se calentaban no sé si de los poemas o las escena y practicaban a oscuritas el sexo homosexual. Nosotros, los Viejos Puercos, transformados en sus espectadores.

Ya no quiero los sábados por la tarde,

Ya no quiero a mis gatos esperándote en casa,

Ya no quiero mi auto sobre avenidas desconocidas,

Ya no quiero scotch,

Ya no quiero poemas,

Ya no quiero aviones y aereopuertos;

Ya no quiero que dejes a tu novio.

Romperle la madre al Crepúsculo

Los Viejos Puercos beben litros de alcohol, inoculan cultura intravenosa entre las alcantarillas sociales, regalan películas pirata de arte a los pornógrafos del Nacional que tienen la atención de aplaudir en las lecturas, se entregan de piernas abiertas al libertinaje, discuten de los beats y de Bukowski, de los Miller y Fandaneli,  lloran juntos sus desamores y presumen sus conquistas de una noche; juegan karaoke en el último gran cine tres equis de la ciudad. Van contra el sistema. Tienen editoriales independientes en las que se publican sus libros sin ISBN y organizan sus ferias alternativas como La Feria del Libro Dark, comandada por Carlos Camaleón en la delegación Azcapotzalco, y el Festival Mexicanos al Grito de Eros, de Agathokles, en el Teatro de la Ciudad.

¿Le interesa a estos despojos nihilistas, anarquistas, contraculturales, rebeldes, enamoradizos y transgresores que beben los fluidos de la epidermis de la tierra convertirse en fenómenos literarios del mainstream? Una vez se lo pregunté a Camaleón antes de que el alcohol nos enviara juntos a la lona de la desmemoria.

Me respondió, balbuceante: “Por supuesto, ¿dónde firmo? si alguna «gran editorial» me publicara le partimos su madre al fenómeno Crepúsculo, a Harry Potter y a cualquier bestsellero…”.
Publicado el 12 de Marzo de 2012

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3 Respuestas a “Los motivos de los puercos”

  1. oooo que interesante!
    es como un lugar sacado de mis mejores fantasías!
    muero de ganas de ir a ver a los viejos puercos!
    hacen falta lugares y gente así en una sociedad doble-moralina, mocha y reprimida como la nuestra.

    pd. Viva Bataille y los huevos-ojos!

  2. javier Seghura

    Buena cueva donde se cocinen nuevos principios sexuales sin pudorías mamonas ni hipocresías explotadoras (pederastías opusdeístas, etc. No hay de otra, entrar en esta catarsis sensorial cuyo campo es el amor y no la guerra estúpida que aniquila los cuerpos.

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