“Este lunes no será como los demás lunes”: Tselepis, obrero griego

Traducción: Marina Demetriadou Foto: Blog de “La Galaría”

Este lunes no será como los demás lunes. No me despertaré a las cinco de la madrugada, no tomaré los tuppers con la comida para la semana, no viajaré cien kilómetros para llegar a mi trabajo, porque ya no tengo trabajo.

La empresa decidió que ya no hay puesto para mi, me dió mi indemnización y me mandó a la seguridad social.

Se esperaría del presidente de un grupo de trabajadores, como yo, que dijera que nada se pierde, que hay que levantar las cabezas, compañeros, nos encontraremos en las calles y que todos unidos podemos superar todo.

Sí, podría, pero yo hablaré de sentimientos, de miedos, de conclusiones. Lo demás lo escribiré en algún comunicado, en caso de que alguien lo lea y decida a levantar su culo y salir a las calles.

Entonces este lunes no será como los demás lunes. Este lunes no seré un obrero empleado, sino un obrero desempleado.

Pero, finalmente, ¿por qué alguien se hace obrero? La respuesta es fácil, porque no pudo ser algo distinto. Es el final lógico para alguien que no era buen estudiante o que siguió el trabajo de su papá, o ambos. Menos si eres imbécil desde chico y crees, como yo creía, que solamente los que viven grasientos pueden decir con orgullo que son trabajadores.

Si tienes como ejemplo un papá grasiento que siempre decía palabrotas sobre los funcionarios públicos, no se necesita mucho esfuerzo para construir esta idea. La verdad es que mi papá dejó de decir palabrotas en contra de todo el sector público a partir de que mi hermana se hizo funcionaria pública.

Así, con actitud y orgullo me declaraba obrero desde los 18 años, teniendo como jefe a mi papá y, en los festivales de la juventud del partido comunista, compraba libros de Marx con mis manos manchadas, con la intención de presentarme como un obrero con conciencia que puede estudiar y entender a Marx mejor que cualquier intelectual.

Claro que los libros se quedaron sin leer en los estantes, porque no tenía ni la paciencia ni la habilidad para estudiarlos. Tal vez ahora que tengo tiempo, pueda hacerlo mejor.

Naturalmente continué como obrero hasta mis 41 años, hasta la semana pasada, porque desde ahora y en adelante quién sabe. Además de la presión arterial alta y la obligatoria toma diaria de dos pastillas para que no supere sus límites y alcance a ver a Aris (un equipo deportivo) campeón, lo que gané en mi último trabajo fue la corroboración de las ideas que tenía sobre algunos tipos de obreros y que siempre tuve vergüenza de decir, porque la clase obrera es orgullosa e inmortal. Así tenía razón sobre el tipo más común de los obreros.

El obrero común, muy común, es el que siempre baila, con su cigarro en la boca, la melodía más mentirosa de todas las épocas, cantada por el “cantante del pueblo”, Stelios Kazantzidis: “Mi parte de la alegría la han tomado otros, porque tenía mis manos limpias y mi corazón grande”. ¡Dios mío, qué mentira! Saber que el otro es el soplón del jefe, que siempre haraganea sin vergüenza alguna, se sienta en la mesa si tú pagas, toma de tus cigarros y después de todo esto baila apasionadamente, más bien, se mueve como cabra de monte, identificándose con las manos limpias y el corazón grande.

Pero el peor obrero es el que tiene el cargo de capataz. Acá me refiero a casos que necesitan investigación psiquiátrica. Para empezar, entiende el cargo como resultado de su capacidad en el trabajo, como la evolución natural que da sentido a sus años de labor. La mayoría de las veces no puede ni escribir su nombre correctamente, pero guarda con mucha responsabilidad y prestigio la listas de los trabajadores. Se encarga de presionar, chantajear y amenazar a los que reaccionan a las condiciones de trabajo y muestran tendencias a favor de una organización sindical. Claro que los obreros los odian y se consideran a sí mismos más capaces para el puesto de capataz. Por supuesto, no se olvidan de reír con cada broma de mal gusto del capataz o invitarle un café u ofrecerle huevos o gallinas del pueblo. Cuando los obreros no pueden volverse el perro del jefe, al menos juegan a ser la garrapata del perro del patrón. Y el perro del patrón más exitoso es el que tiene más garrapatas. Al final podrían existir patrones sin obreros, pero sin capataces no.

Aprendí también las calificaciones básicas del alto empleado, el que maneja los asuntos que tienen que ver con los obreros y los demás temas laborales. Estas calificasiones se reducen a sólo una: “ex izquierdista”. Esta etiqueta abre todas las puertas. Él sabe mejor que nadie la psicología de los obreros, chantajea y presiona de la mejor manera y siempre sale ganador. Que tomen en cuenta los izquierdistas de ahora que la ventaja es ser “ex” izquierdista y no “actual”. Una empresa seria siempre se asegura de emplear un empleado útil de tales características.

Lo otro que le interesa a la empresa es la identificación (entre más, mejor) con el Ejército. (En Grecia el Ejército es un servicio obligatorio para todos los hombres).

Para empezar, pasas por exámenes como en el Ejército. Después te vacunan como en el Ejército. Luego te proporcionan uniformes, botas y cascos idénticos, como en el Ejército. Juras obedecer, firmando un contrato que no te permite “sacar” los secretos de la empresa, tienes derecho a descanso, como en el Ejército, sobrevives si tienes “un compadre” y delatando a tus compañeros, como en el Ejército.

Al final, este lunes no será como los demás lunes. Mi amigo Yorgos irá solo al trabajo y yo correré de una oficina del servicio social a otra.

Solamente pido un favor en caso que me encuentre en la calle a algún compañero despedido, que no me pregunte qué haremos de ahora en adelante. Me siento perdido, tanto que no podré decirle que lo superaremos.

Lo único que le diré es que están pegadas en mi mente los versos de la canción “Todo es camino” de Yannis Aggelakas: “No estoy solo, no estoy solo, todo es camino”. Es tiempo, compañeros, de empezar a escuchar Tripes –no más Kazantzidis y manos sucias– y salir a las calles. Agarren la mano de alguien y entren a la marcha que pasará frente de ustedes. No pueden imaginar qué buenas son las calles cuando las caminas acompañado, gritando consignas en contra de todos los que han destruido nuestros lunes.

De ahora en adelante ningún lunes será como los demás lunes. Hasta que llegue el fin de semana perfumado de albahaca y cal.

Este texto fue publicado en el blog de la asociación “La Galaría”, que agrupa a trabajadores que construyen una carretera pública al sur de Grecia, concesionada a una empresa privada.

Publicado el 12 de Marzo de 2012

 

 

 

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