Lampedusa: sueño amargo para los migrantes

Orsetta Bellani Traducción de Amaranta Cornejo Hernández

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Lampedusa, Italia. Lampedusa es la puerta del norte del mundo, el extremo meridional de la frontera europea. Llegar a su perímetro rocoso significa haber entrado, haberlo logrado. Es como poner pie en los Estados Unidos luego de haber cruzado el desierto y el río Bravo, haber cruzado el muro y haber engañado a la patrulla fronteriza.

Con la incertidumbre política que se vive en el norte de África, con la pobreza y el hambre que desde hace siglos caracterizan ese continente, un centenar de kilómetros de mar no detienen a la ilusión de una vida mejor, que muchas veces permanece como tal. Se embarca, sobre todo, de Libia y Túnez, se mete a bordo de un barco pesquero muy viejo, o de una lancha muy pequeña, los passeurs, polleros norafricanos, cada vez más le confían el timón a uno de los pasajeros.

Tan sólo en el canal de Sicilia, en ese rectángulo del Mediterráneo que divide las costas italianas de las africanas, han muerto aproximadamente 5000 personas. Los pescadores sicilianos a lo largo de sus viajes por las costas lampedusanas suelen encontrar en sus redes cadáveres o restos de naufragios. Salvar a un náufrago puede costar caro: se corre el riesgo de que les confisquen los botes, o peor aún, de ser arrestado por favorecer la inmigración clandestina.

A partir de mayo del 2009 se registró un descenso en los desembarques en las costas sicilianas a causa de la entrada en vigor del tratado firmado entre el premier italiano, Silvio Berlusconi, y su ex-amigo Gadafi. Este tratado preveía la posibilidad, por parte de Italia de regresar hacia Trípoli las embarcaciones que se encontraran en aguas internacionales. Una vez enviados a Libia, todos los ciudadanos no libios, quienes habían atravesado el Sahara para poder embarcarse hacia Italia, son encerrados en centros de detención para extranjeros donde, según Human Right Watch, son sistemáticamente torturados.

El recibimiento a quien logra llegar a Lampedusa no es mejor: los CIE (Centros de identificación y expulsión) son reclusorios que hay en varias ciudades italianas, donde los migrantes esperan a ser identificados y repatriados. Dada la actual sobrepoblación, se han instalado casas de campaña en otros lugares del país, en donde familias completas viven en pésimas condiciones higiénico-sanitarias, con poca comida y poca agua, sin saber cuánto tiempo tendrán que permanecer recluidos ni qué será de su futuro.

El mismo gobierno italiano no sabe bien que será de los casi 26 mil africanos que desde enero entraron al país. Parecía que habían encontrado una solución cuando, luego de negociaciones, a principios de abril el ministro del interior, Maroni (de la Lega Nord, partido de derecha, y xenófobo) había llegado a un acuerdo con Túnez: Italia concedería a los 20 mil tunecinos que llegaron este año un permiso de estancia válido por 6 meses, con el cual podrían atravesar las fronteras septentrionales del país, gracias al Tratado de Schengen que establece la libre circulación de las personas dentro de las fronteras de la Unión Europea. Todos aquellos que llegarán a Italia luego de la entrada en vigor del procedimiento (5 de abril) serían repatriados, es decir,  “fuera de aquí”, tal como lo predijo el ministro de las Reformas, Umberto Bossi (Lega Nord), quien fue apoyado por su compañero de partido, Speroni, al declarar que “serán usados todos los medios para rechazarlos, incluso las armas.”

Mientras tanto crecía la tensión con Francia, quien había cerrado las fronteras a los norafricanos. El gobierno italiano logró llegar a un acuerdo: patrullajes conjuntos en las costas de Túnez, tanto aéreos como marítimos, y el respeto del Tratado Schengen. Sin embargo, los franceses interpretaron estrechamente las cláusulas del tratado y anunciaron que permitirán la entrada a su país sólo a quien tenga un pasaporte válido y cuente con 62 euros (cerca de mil pesos mexicanos) diarios para mantenerse. Esto equivale a mantener las fronteras cerradas.

Como si no fuera suficiente, el encuentro de Ministros del interior de la Unión europea (11 de abril) rechazó la propuesta italiana de dar protección temporal a los refugiados, este procedimiento puede ser puesto en marcha sólo frente a una fuerte presión por parte de migrantes de países en conflicto. “No estamos todavía en una situación tal como para poner en funcionamiento el mecanismo”, declaró Malmstrom, comisaria europea para asuntos internos.

En Italia se protesta. Protesta el gobierno, pues se siente abandonado por Europa: Maroni grita, amenaza con sacar a Italia de la Unión europea. Protestan los migrantes encerrados en los campos y que no quieren ser repatriados: organizan huelgas de hambre, tratan de huir de los reclusorios y a veces lo logran. Para calmar los ánimos, cuando son embarcados para ser repatriados, la policía les asegura que sólo los llevan a Milán.

También los italianos salen a las calles, algunos para decir que las casas de campaña están muy cerca de los hogares y no quieren eso (“ya tenemos un campamento de gitanos y sólo nos falta uno de clandestinos” dicen los habitantes de Pisa), otros protestan contras la política de rechazo de los gobiernos europeos. Muchos van como voluntarios a Lampedusa, a los CIE o a las casas de campaña, mientras que los movimientos sociales organizan los “trenes de la dignidad” para acompañar a los migrantes. Escriben en una comunidad que “las mismas personas que hace meses eran nombradas en los medios de comunicación como luchadores de la democracia, una vez que llegan a Italia se convierten inmediatamente en clandestinos incómodos.”

Los medios y los políticos italianos no hablan de migrantes indocumentados sino de clandestinos, y distinguen a estos de los prófugos. El senador Gasparri dijo que “quien llega de las zona en conflicto de Libia tiene derecho a ser recibido. Pero quien llega de Túnez, donde no hay guerra, es un clandestino que debe ser devuelto a casa.” Quien no está amenazado por las bombas no tiene derecho de soñar una vida mejor, es simplemente un clandestino, uno fuera de la ley y como tal debe ser tratado.

De todas formas, quien más protesta son los habitantes de Lampedusa ya que luego de los desembarques la población de la isla se duplicó. Los cinco mil lampedusinos, quienes viven del turismo, temen que la imagen transmitida por los medios (un gran campamento rodeado de mar, sin normas elementales de higiene) tenga consecuencias negativas sobre la afluencia turística. Dicen que no tienen nada contra los migrantes sino que están enojados con el gobierno porque los ha abandonado.

En medio de la polémica y de la tensión finalmente llegó una respuesta: Silvio Berlusconi, en carne y hueso, entre aplausos y protestas hizo callar al servicio del orden. Cuando los ánimos están levantados, cuando sus electores comienzan a rebelarse, Berlusconi llega y promete, en el Aquilla prometió la reconstrucción luego del terremoto, y a los napolitanos invadidos por la basura les prometió la limpieza. Berlusconi llegó a Lampedusa el 31 de marzo y comenzó con su show: “hemos destinado un monto para el drenaje, las calles y la electrificación.” Añadió que congelará los impuestos, construirá un casino y un campo de golf en la isla, además de que solicitará la candidatura del Nobel de la paz por el recibimiento demostrado por parte de sus habitantes hacia los migrantes. Afirmó que “habrá un plano extraordinario para promover el turismo en Lampedusa” y sin esconder su influencias en los medios aseguró haber dispuesto en los canales nacionales publicidad sobre las bellezas de la isla. Para detener los desembarques anunció una bizarra medida: “hemos comprado barcos pesqueros en Túnez para que ya no puedan ser usados para cruzar el mar” y añadió que “han iniciado el embarque de migrantes. Dentro de 48-60 horas Lampedusa estará habitada sólo por lampedusinos.” Es inútil decir que en Lampedusa aún hay muchos extranjeros, y que apenas son transferidos algunos otros van llegando día con día. Ahora hay un lampedusino más. El premier dijo que “para garantizar el cumplimiento de los compromisos me dije que debo convertirme en lampedusino”, así que para respetar su promesa se compró una casa en la isla.

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De cualquier forma, el ministro Maroni asegura que “los migrantes que han manifestado querer ir a otro país europeo son mayoría.” No es de extrañarse, motivos para permanecer en Italia no hay muchos. En el país la desocupación juvenil es del 30 por ciento, así miles de jóvenes se ven obligados a irse al extranjero luego de haber obtenido títulos de estudio.

Conocemos la precariedad, nuestros abuelos nos cuentan de la guerra y la pobreza. El siglo pasado, treinta millones de italianos, más de la mitad de la población actual, migraron. Treinta millones de abuelos clandestinos, cuyos nietos son argentinos, estadounidenses, australianos o alemanes. Todos conocemos los motivos que los hicieron dejar Italia, todos hemos escuchado las historias de humillación, el racismo, la explotación que sufrieron atravesando el Atlántico o los Alpes. Una canción de Gianmaria Testa  dice que “lo sabíamos incluso por el olor de las cabinas, por la amargura de partir, lo sabíamos también nosotros”.

Incluso Berlusconi lo dice: “debemos recordar que también nosotros fuimos un país de migrantes.” Sin embargo, no parece tener una clara idea de las dinámicas del fenómeno migratorio cuando se declara desilusionado del presidente tunecino, quien no cumplió su promesa de no permitir partir de su país a nadie. Como si la migración pudiera ser detenida por la decisión de un presidente, como si no fuese un elemento constante e inevitable de la historia humana.

Publicado el 01 de mayo de 2011

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