Gege: libre después de ocho años sin el derecho de vivir

Entrevista a Gege de Patricia Benvenuti, de Brasil de Fato Traducción: Waldo Lao Fuentes Sanchez

Sao Paolo, Brasil. En la mayor metrópoli de América del Sur, Sao Paulo, el activista Luiz Gonzaga da Silva -mejor conocido como Gege-, líder del Movimiento de Vivienda del Centro (MMC por sus siglas en portugués), se destacó como uno de los más activos militantes en la lucha de los Sin Techo. Luchando contra la opresión política de Brasil desde los años 60, después de emigrar del interior da Paraíba (como millones de otros trabajadores nordestinos pobres), Gege participó de la fundación de importantes iniciativas políticas como la Central Única de los Trabajadores (CUT) y la Central de los Movimientos Populares.

El MMC nació en la década de los 80 a partir de la lucha de los moradores de las habitaciones precarias -conocidas como cortizos- en contra de las altas tasas del cobro del agua y la luz, los impuestos y los abusos promovidos tanto por intermediarios como por el poder público. En un país en que la propiedad está por encima de los derechos humanos más básicos, y en donde el número de casas y apartamentos vacíos (más de 6 millones) supera el déficit habitacional (cerca de 5,8 millones de unidades), el MMC fue perseguido debido a su estrategia de promover la ocupación de edificios abandonados.

En 2002, al mismo tiempo en que veía al partido que ayudó a construir -el PT- llegar a la Presidencia de la República con Lula, Gege pasó a vivir su peor pesadilla: acusado de ser cómplice en un asesinato cometido en una de las ocupaciones del MMC, enfrentó un proceso judicial que concluyó apenas el pasado 5 de abril cuando fue declarado inocente. En esos casi 9 años llegó a quedarse preso por 51 días, en 2004; su vida personal fue destruida.

A continuación el primer testimonio que concedió Gege después de la declaración de inocencia, al periódico Brasil de Fato.

El juicio
Voy a ser sincero: no tenía ninguna esperanza. No decía eso, pero mi esperanza era la mínima posible: mataron a alguien, hay un asesinato; el sistema penitenciario sabe quién fue, sabe el nombre, pero no lo buscó. Con eso puedo decir que yo me sentía completamente vulnerable, expuesto a salir de ahí con – lo mínimo- 12 años de prisión. Era lo mínimo que yo esperaba.

El resultado final no me sorprendió en la medida en que el juicio fue sucediendo, los interrogatorios; la discriminación llegó al poco tiempo. «Yo discrimino porque usted es un negro, pobre, un sujeto abusado en la sociedad, y al mismo tiempo yo criminalizo su lucha política». Fue cayendo esa máscara, como un tablero de ajedrez en que uno va desmontando pieza por pieza, hasta llegar al punto en que uno de los promotores más duros de Brasil [Roberto Tardelli, promotor responsable por la acusación] fue obligado a pedir mi absolución. El la pidió porque se sintió un hombre impotente delante de los hechos y de los acontecimientos en esos dos días [de juicio], aquel plenario llenó el tiempo entero. Ellos percibieron, allí, que estaban lidiando con un movimiento social, que no estaban juzgando a una persona, a Gege.

Ocho años de espera
Fueron ocho años sin tener el derecho a vivir, pagando una pena, juzgado y condenado. Una penalización total, sin trabajo, sin vida familiar, sin vida pública, sin una vida digna como cualquier ciudadano tiene derecho. Un día estaba aquí, al otro día no sabía dónde podía amanecer. Fueron ocho años en que -para mí- a cuenta de una tragedia y de una irresponsabilidad de un ser humano, fui acusado de un crimen del cual jamás sería cómplice. Y pagué por eso ocho años, y además continúo pagando. Aunque el día 5 de abril haya sido dicho: «estás libre», yo continúo pagando. Es más caro inclusive porque ahora viene la censura: «usted no puede decir eso», «usted no puede decir aquello». Termino una fase, un proceso, el día 5, pero viene otra fase más dura, que son las preocupaciones que voy a tener en mi vida. Yo voy a tener que salir en busca de una forma de sobrevivencia. Esos ocho años fueron años que me impidieron hacer lo que yo quería; era un derecho mío vivir mi vida. Conviví con tentativas de fuga en la Delegación de la Policía, con tres rebeliones. No puedo olvidar esas cosas.

El futuro
Yo estoy inseguro. Continúo preso, en prisión domiciliaria. Estoy libre, pero muy lejos de tener libertad. Yo no sé a la hora de salir de esta casa y poner un pie en la calle qué es lo que va a estar detrás de mí, en mi espalda. Quien hizo lo que hizo para que me obligar a vivir ocho años como yo viví puede estar insatisfecho y decir «ahora sí, yo puedo quitarle la vida». No tengo miedo de nada, pero me preocupa la traición. En 2001, nosotros [del MMC] llegamos a pedir seguridad al Estado, buscamos en la Secretaría de Justicia del Estado de Sao Paulo, por medio del [secretario] Saulo Ramos, y el nos la negó. Yo intenté mostrar varios mensajes que había recibido, amenazas de muerte grabadas, y él no escuchó ni siquiera una sola. Solo dijo que era imposible darle seguridad a Gege para ocupar edificios públicos. Si el Estado hubiera ofrecido seguridad, tal vez hoy yo estuviera libre de eso.

La responsabilidad del Estado
No sé [cuáles intereses estarían por detrás de esa persecución]. Si yo supiera, ya habría resuelto ese caso. Pero lo que puedo decir es que por detrás de todo eso está el Estado burgués en que vivo, que me persiguió y me puso en prisión domiciliar. Y por eso ese Estado no es libre de sufrir sanciones.

Yo voy a iniciar un proceso [legal]. Voy a hacer una reunión con mi abogado; quiero procesar al Estado por aquellas personas que intentaron condenarme y poner a esas personas en la cárcel. Yo no quiero poca cosa, quiero arrancar lo que yo pueda del Estado porque no se pagan ocho años como viví simplemente con la palabra y un pedazo de papel diciendo que estoy libre. Quiero decir al Estado: «estás pagando por su error, por su incompetencia». Nunca se buscó a la persona que cometió el crimen, nunca se supo quiénes fueron las otras dos personas que entraron al campamento. El Estado tenía la obligación de buscarlos, pero no lo hizo porque no tuvo ganas. No se hizo el trabajo investigativo mínimo en ese proceso. Hubo una muerte, hubo un criminal, pero lo que interesa es la criminalización de los movimientos sociales. El único trabajo fue el de condenarme; un investigador responsable del proceso me fue a buscar con un arma en la mano, apuntando a mi cabeza. No voy descansar hasta que el Estado esté en el banquillo de los acusados.

Copa y Olimpíadas: el próximo desafío
Los movimientos tienen que ir a la calle y mostrar los problemas que van a ser generados a cuenta de los mega eventos y de los mega proyectos. Las personas no saben cuál será el impacto ambiental de la construcción del estadio de Corinthians, en Itaquera [en la zona este de Sao Paulo]. El pueblo no sabe que no podrá llegar ni siquiera cerca del estadio: va a tener que saber de eso en “la hora H”. La ley de excepción va a ser impuesta en cada estado, en cada hotel en donde estuviera una delegación. Y ¿será que después de que pase la Copa esa ley de excepción no va a permanecer? Solo en la dictadura militar la gente ha visto eso. La gente luchó tanto, murió tanta gente para ponerle fin a la ley de excepción, y ahora ella está aquí, de vuelta. Viene Obama y nadie puede abrir una manta contra su presencia porque va a la cárcel. ¿Cuántos millones van a gastar con la Copa aquí en Brasil? No voy a ponerme contra la Copa, pero ¿por qué se gasta tanto dinero en la Copa y no se gasta en la miseria y la violencia? Para hacer un estadio para 65 mil personas van a mover a decenas de millares de familias y ¿van a parar a dónde esas familias? Y ahí viene el gobernador y dice que ese pueblo va a ser colocado en la región central. ¿Dónde lo va a poner? Solo que fuera en la calle. Más mendigos viviendo debajo de los puentes y de la marquesina.

Publicado el 01 de mayo de 2011

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